Incluso las marcas más reputadas pueden tropezar con errores de concepto tan estrambóticos que acaban convertidos en leyenda, produciendo la carcajada y el bochorno más absoluto.
Hoy os traigo  tres de los desastres de diseño de producto más sonados de las últimas cinco décadas: la lasaña precongelada de Colgate (¡madre de Dios!), el diminuto TwitterPeek y la bicicleta Itera de Volvo. Cada caso revela hasta qué punto la desconexión entre los equipos de producto con la realidad, utilidad, usuario y usabilidad puede derivar en fracasos dignos de museo.

La lasaña de Colgate

El suculento —aunque impensable— caso de Colgate Lasaña ocurrió en 1980, cuando el gigante del cuidado bucal lanzó una línea de lasañas congeladas. La idea era ingeniosa solo sobre el papel: tras cenar lasaña, el consumidor usaría inmediatamente el dentífrico Colgate. Sin embargo, aquel envase verde y rosado de lasaña, junto a la icónica tipografía de pasta de dientes, provocó rechazo instantáneo.
Los clientes no entendían por qué comprar comida y pasta de dientes a la vez, y la desconcertante asociación entre sabores y salud bucal no tardó en caer en el absurdo. El producto duró semanas, no décadas, y hoy sus réplicas forman parte de museos del fracaso comercial.

 

TwitterPeek, el artilugio prometía enviar y recibir tuits las 24 horas

Diez años después, en pleno auge de los smartphones nacientes, un pequeño dispositivo de Peek Inc. intentó convertirse en el gadget definitivo para adictos a Twitter.
Bajo el nombre de TwitterPeek, este artilugio prometía enviar y recibir tuits las 24 horas, sin distracciones, sin apps adicionales y sin posibilidad de llamar por teléfono.
En 2009 costaba 199 dólares y su batería duraba días, pero cuando los usuarios conectaban su teclado físico y pantalla a color de 2,5 pulgadas… se toparon con que no podían navegar, compartir fotos ni abrir enlaces. Era, literalmente, un celular incapaz de hacer llamadas que solo servía para leer y enviar mensajes de 140 caracteres. El resultado: críticas despiadadas en TechCrunch, Gizmodo y The Telegraph, y un destino: desaparecer tras dos breves iteraciones del dispositivo original.

 

La bicicleta de Volvo que se derretía con el calor

La bicicleta Itera, concebida por Volvo a comienzos de los 80, se vendió como la revolución del ciclismo: un cuadro íntegramente de plástico inyectado, ligero y sin riesgo de oxidación.
La promesa sedujo a miles de suecos en 1981, pero pronto estalló el problema: la pieza de plástico no toleraba ni el calor ni el estrés mecánico. Donde una bicicleta metálica cede, la Itera se agrietaba o deformaba ante temperaturas veraniegas y sobrecarga.
Para colmo, venía empaquetada en kit de montaje con herramientas propias: un desafío extra para usuarios que descubrían piezas faltantes tras armarla. Tras tres años de producción y 30 000 unidades vendidas —la mayoría exportadas al Caribe—, el invento terminó apilado en tiendas de saldo. El mantra «where metal bends, plastic breaks» ilustró su triste desenlace en el museo de los fracasos tecnológicos.

Más allá de la anécdota, estos tres episodios exponen los riesgos de ignorar la experiencia del usuario en el diseño de productos. Colgate olvidó el sentido común al unir higiene bucal y gastronomía; Peek diseñó un dispositivo anacrónico en plena explosión de smartphones; Volvo apostó por un material sin ensayo suficiente en condiciones reales. Cada uno confió en una propuesta de valor sin validar que el público la aceptara o comprendiera.

El diseño debe nacer de necesidades reales, no de manipulaciones de marca; la tecnología requiere un entendimiento profundo del contexto y expectativas y siempre tenemos que tener una profunda empatía con aquellos a quienes va dirigido el producto, la web, la app, el software o cualquier cosa cuya finalidad sea una aceptación por un conjunto de usuarios. Si no, seguramente haremos un ridículo espantoso

Si levantamos la mirada, hallamos lecciones universales: el diseño debe nacer de necesidades reales, no de manipulaciones de marca; la tecnología requiere un entendimiento profundo del contexto y expectativas; y la innovación material ha de ir respaldada por prototipos rigurosos. Sin estos pilares, incluso los más brillantes departamentos de I+D pueden construir castillos de naipes que se derrumban con el primer soplo de calor o la mínima incongruencia de uso.

En última instancia, el diseño industrial y la usabilidad no son meros adornos, sino columnas de soporte para un producto viable. Explorar estos fracasos de diseño de producto nos ayuda a calibrar mejor nuestras apuestas creativas y a recordar que la funcionalidad y la empatía con el usuario son tan importantes como la innovación, la estética y la promesa de marca.